Ya despunta el sol en el cielo primero de Tulum. Se mira en el espejo caribeño de suaves pliegues y se adivina pleno, radiante entre los cocoteros. El mar le devuelve destellos deslumbrantes, se vuelve joya inmarsible. Un reflejo cegador y vibrante es interrumpido por una hoja de palmera a modo de limpiaparabrisas. Sigue el estruendo continuo y rítmico de las olas al romper. Sigue su espuma marcando líneas paralelas de chantilly. Quiero ser náufrago. Para dormir arrullada por esta canción eterna. Y despertar con el mar desde mi cama.
Sueño recuerdos inventados. Oigo voces mayas de niños jugando bajo las palapas. Presiento los tiburones blancos de Akumal, lejos de la turbia pradera de posidonia de la orilla. Lejos de las sepias-espía y las algas muertas. Leo a Murakami sobre la arena. Preparamos quesadillas de huevos revueltos, abrimos la lata de frijoles refritos. Suelo tener hambre por las mañanas.
Recuerdo sueños veraces de iguanas omnipresentes. De ratas en el tejado, ratas gris terciopelo, y profundos cenotes de aguas turquesa. Nadamos con los peces azabache sobre fondos nítidos, bajo amenazadoras estalactitas y un cañón de luz celestial. Me siento Esther Williams a pesar del frío. Para cenar, eclipse lunar con guacamole. No lo confundas nunca con la salsa verde. Quiero ser elefante. Para no olvidar nunca los momentos. Y acompañarlos con imágenes acertadas.
Invento recuerdos soñados. Los cocodrilos de Sian K'han corren por los manglares, sigilosos, y nos miran al pasar. Reconstruyo las ruinas de Cobá. Y las de Tulum. Ya veo el bullicio de la ciudad entre el templo y el observatorio, oigo el griterío jaleando a los jugadores de pelota. Me fascinan los glifos grabados en sus paredes. Interpreto su mensaje: yo cazo en este bosque. Mi padre cazaba en este bosque antes. Y tú no estás invitada a esta fiesta. Algún día lo estaré. De momento, disfruto del paraíso.